lunes, 18 de mayo de 2009

Tu nombre, Mario







El día que murió Benedetti era una día hermoso. La temperatura era agradable y algunos rayos de sol entraban por la ventana como augurios del día primaveral que nos esperaba. Sin embargo, una parte de mí voló muy lejos, allá en el mar de Montevideo, en su puerto tantas veces imaginado a través de sus versos. Me fui hasta allí para darte un beso en la frente antes de que te marcharas para siempre. Conseguí amarrarte en algún punto entre la tierra y el paraíso, y con la fuerza histérica de un niño sin juguete, intenté empujarte de nuevo hacia nosotros. Pero ya era tarde y apenas tuve un instante para mirarte a los ojos y sonreírte por primera vez. No sé dónde estás, ni a dónde has ido, ni qué sientes al morirte así, tan tristemente, con tanto dolor. A pesar de todo tenemos tus poemas, tus góndolas que nos han mecido y guiado en tantas ocasiones. Gracias. Gracias porque ante todo nos enseñaste a defender la alegría.


"Defender la alegría como una trinchera

defenderla del escándalo y la rutina

de la miseria y los miserables

de las ausencias transitorias

y las definitivas"

domingo, 17 de mayo de 2009

Un acorde rasgado inicia el proceso. Nos dedicamos a todo menos a lo que deberíamos hacer. Sin prisas, con una metodología estudiada y a la vez intuitiva, lasciva, que abre nuestras venas y nos muestra el camino.

Una pupila inconstante se para un momento en mí, en mi cuerpo, en mis ojos, en el centro del universo; y es entonces cuando un rayo de luz me atraviesa por completo sin destruirme. Me agota y refuerza a la vez, como un ejercicio sano y cansado que rutinariamente nos va creando un agujero. Miro por él y no te veo a ti, ni a mí, ni a ningún ignoto país. Descubro el campo azul del cielo extenso e infinito ante mí, ante las dudas. Ante la certeza de saber que la seguridad no existe y que el amor, en la mayoría de sus manifestaciones, es sólo un pretexto.