
El día que murió Benedetti era una día hermoso. La temperatura era agradable y algunos rayos de sol entraban por la ventana como augurios del día primaveral que nos esperaba. Sin embargo, una parte de mí voló muy lejos, allá en el mar de Montevideo, en su puerto tantas veces imaginado a través de sus versos. Me fui hasta allí para darte un beso en la frente antes de que te marcharas para siempre. Conseguí amarrarte en algún punto entre la tierra y el paraíso, y con la fuerza histérica de un niño sin juguete, intenté empujarte de nuevo hacia nosotros. Pero ya era tarde y apenas tuve un instante para mirarte a los ojos y sonreírte por primera vez. No sé dónde estás, ni a dónde has ido, ni qué sientes al morirte así, tan tristemente, con tanto dolor. A pesar de todo tenemos tus poemas, tus góndolas que nos han mecido y guiado en tantas ocasiones. Gracias. Gracias porque ante todo nos enseñaste a defender la alegría.
"Defender la alegría como una trincheradefenderla del escándalo y la rutinade la miseria y los miserablesde las ausencias transitoriasy las definitivas"